“Félix no tenía enemigos de ninguna naturaleza”, dijo entonces su mujer, Marisa, sobrina de José Sanfilippo, uno de los mayores goleadores del fútbol argentino. Aunque fue y sigue siendo uno de los símbolos máximos de San Lorenzo, “el Nene” Sanfilippo jugó también en otros equipos y pasó por Banfield en 1966. Seis años más tarde, Félix Orte debutaría con la misma camiseta. El wing derecho dejó su marca en el Taladro y se convirtió en un engranaje fundamental del célebre Banfield de Adolfo Pedernera de 1976. Acarició la gloria cuando se lo llevaron a la selección, pero el entrenador Menotti no lo tuvo en cuenta para integrar el equipo campeón del mundo de 1978.
Orte pasó por Rosario Central (donde ganó el único título de su carrera, el Nacional de 1980), por Loma Negra y por Racing, donde –ya en su apogeo– se convirtió en uno de los ídolos del club a fuerza de carisma y gambeta. Racing llevaba más de quince años sin ganar nada. La ilusión de Orte no alcanzó y los ánimos se caldearon cada vez más con las derrotas.
Tal vez por eso fue asaltado a la salida de un entrenamiento. La coartada, poco verosímil, era que el autor fue un hincha arrebatado. Hubo un pacto de silencio: la complicidad entre barras y directivos no podía tener fisuras.
Tres años después, el wing derecho volvió a Banfield. Algunos lo recuerdan dentro de esa generación de futbolistas playboys, algo excéntricos en el campo de juego, que lideraban el Bambino Veira y el Loco Gatti. A él le decían “el Pampa” porque había nacido en Catriló, a 85 kilómetros de Santa Rosa, y le festejaban todas sus ocurrencias. Por ejemplo esa vez que salió a la cancha vendado con papel higiénico, como una momia, para divertir a los hinchas. Años después, su desenfado aparece con nostalgia y desentona con el homicidio que lo desterró de las canchas.
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