lunes, 25 de agosto de 2014

Bianchi: el último prócer de Boca pide perdón en su peor momento

El barco se agita con fuerzas y el capitán mira al vacío. Carlos Bianchi se muerde los labios, se toca la boca y parece querer que las palabras no se le escapen. En el medio de la tormenta, al entrenador de Boca se lo ve muy apagado, sin los estiletazos de otras conferencias de prensa, con las manos bajas e indefenso. Recién, puertas adentro, sólo atinó a decirle a sus marineros que pidan disculpas ante la gente.
El Virrey está herido y se le nota. Y aunque intente declaraciones con argumentos dispares, allí, entre líneas, durante la conferencia de prensa se va filtrando algo de lo que le pasa por la mente. Fue hace un rato nomás que La Bombonera fue un diván de confluencia entre las gratitudes por los buenos tiempos y el presente negro de enero del 2013 a la actualidad.
La duda existencial de Boca se agiganta una vez más.
Incluso cuando la pregunta apunta a otro lado, Bianchi comienza su alocución con un mensaje que tiene atragantado: “Le pido perdón a la gente de Boca, vamos a trabajar para que las cosas cambien”. Recién allí habla del partido.
Ante los micrófonos hay dos modos de entender al Virrey .
Uno es el discurso preparado en términos del análisis del partido. Allí, Bianchi acierta al rescatar algunas virtudes que Boca mostró y que en otros partidos no estuvieron. Incluso a pesar del resultado. También insiste al remarcar la “falta de efectividad”. Todos argumentos ciertos, si su opinión fuese atemporal y no se emparentara con aquellas, después de Newell’s y de Belgrano, en las que, de algún modo, prefirió devolver cachetazos, negando la pobre actuación de los suyos. Son aquellas excusas las que ponen en duda a las palabras actuales.
El otro Bianchi que discurre por los micrófonos es el que, aunque intente ser impermeable con un aventurado “estoy muy bien”, aparece, de a ratitos, más golpeado que nunca, en su primera frase y en la que arroja luego: “Me duelen las derrotas. En el vestuario dije que hoy iba a ser difícil agarrar el sueño, pero somos profesionales”.
El pueblo bianchista , que ve que la nave corre más peligro que nunca, sigue atónito. Durante toda la tarde, los hinchas intentaron censurar sus críticas al equipo y apoyar sin condiciones. Desde el “Que de la mano de Carlos Bianchi, todos la vuelta vamos a dar” del arranque, hasta el permanente duelo de la platea con la barra brava. Mientras los del paraavalancha insultaron a los jugadores, el resto de la cancha censuró dicha acción. Así, Boca bipolar. Entre los que se marchaban de la cancha antes del final y los que los increpaban por eso. Entre el intento por subir el volumen de las publicidades en los parlantes de la cancha luego del partido, de modo de evitar insultos a la dirigencia y, por otro lado, la aparición de una sospechosa bandera detrás de un arco, con olor a politiquería opositora, que decía: “Queremos dirigentes hinchas de Boca”.
La Bombonera está rara de principio a fin.
Después del gol de Guillermo Fernández (un ex Boca, como si algo faltara) el clima termina de apagarse. Sólo hay aplausos cuando Gonzalo Castellani agarra la pelota. Es el único que se salva. Y en el final, unos ovacionan y otros silban.
Ni en eso están de acuerdo.
Algunos tiran proyectiles sobre los futbolistas y otros los frenan.
El estadio está conflictuado y no entiende nada.
Un rato después, Bianchi sigue tocándose los labios. Traga saliva con amargura y sigue respondiendo. Suelta que “uno no puede saber lo que pasa en la cabeza de cada jugador”. Y que “si están en Boca es por algo”. También blanquea que, cuando le convierten, “nace una cierta desesperación”. Y, aunque afirma que “no hay excusas”, confía en que “podemos revertir la situación”.
Nadie sabe si el capitán del barco es el hombre de toda la gloria del pasado o el golpeado entrenador que no entiende el resultado que acaba de ver. Tal vez sea los dos. En conflicto permanente, como todo el club.
Boca se agita.

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